viernes,23:19
El final de todo (2 de 2)
¡Zorra! Mira que irse con un maldito latino. Johnny se alejó de la dramática escena a paso rápido hacia su coche. Esa era precisamente la razón por la que quería más al Dodge que a cualquiera de las que habían sido en su momento sus novias: su buga no amaba, pero tampoco le fallaba. Se subió en su rojo amigo con lágrimas contenidas de rabia e indignación. Mientras se alejaba del barrio de Mary Ann en dirección a la autovía, le vinieron a la cabeza todos lo que había compartido con la que, por descontado, era ya su ex-novia. ¿Qué había hecho mal? ¿Acaso no le había hecho reír de alegría, llorar de emoción? ¿No la había querido lo suficiente? Johnny no tenía contestación para estas preguntas que ahora se tornaban complicadas de responder.
Conducía el viejo Dodge a todo gas, esperando que la velocidad calmara su dolor. Pero nada podía apaciguar el dolor de su alma, nada hace olvidar un amor excepto otro amor.

Johnny había estado vagando sin rumbo conduciendo por los cinturones de la ciudad. Pensaba. Conducía y pensaba. ¿Qué sentido tenía su vida si no estaba Mary Ann en ella? En pensamientos la había insultado y descalificado hasta el infinito, tratando de convencerse de que no merecía la pena y que lo vivido con ella había sido una farsa. Pero tuvo que rendirse ante la evidencia: la seguía amando, con locura. Y loco se estaba volviendo.
Tomó una decisión que no tendría vuelta atrás. Y la iba a llevar a cabo hasta su última consecuencia.
Cuando llevaba varias horas al volante y la única gasolina que quedaba en el depósito se empezó a poder medir en onzas, tomó rumbo al rincón que frecuentaba con Mary Ann junto a la orilla del río cuando necesitaban intimidad, bajo el puente desde el que se veía su casa, destacada entre el resto, y se atisbaban las luces de los rascacielos de la metrópoli.
Johnny ya no se molestaba en contener las lágrimas, que corrían a raudales por sus mejillas. Toda su vida pasó por delante de él como un flashback a cámara rápida: desde sus primeros recuerdos, pasando por su fallecido padre y sus formidables hazañas en el instituto, hasta la agridulce imagen que le había quedado de Mary Ann.
Enseguida llegaría a su destino, del que le separaban diez eternas yardas. Una vez allí, cumpliría su destino: acabaría de una vez con aquel profundo sufrimiento.

Estaba en el lugar. Pronto se esfumarían todos los recuerdos, positivos y negativos. Colocó el Dodge de frente al frío río, que resplandecía bajo las doradas luces de la ciudad, apagó el motor y escuchó el silbido de los coches sobre su cabeza y el murmullo del agua bajo sus pies. La tristeza, la rabia, el dolor, desaparecieron. Ninguna preocupación quedaba ya en su mente. Trató de encender de nuevo el motor, pero no hacía conexión. ¿Se había quedado sin gasolina? Pisó el acelerador a fondo mientras lo intentaba otra vez, saliendo disparado hacia el río.
El coche quedó en suspensión sobre el agua durante un corto segundo, tras lo cual chocó violentamente con la superficie del agua, lo que provocó que Johnny se golpeara con el volante y perdiera el conocimiento. No tuvo tiempo de un solo pensamiento más, el viejo Dodge se hundió lentamente, con Johnny dentro, inconsciente, ahogándose sin saberlo. Allí permanecería hasta que exhalara su último aliento y sus pulmones se llenaran de agua dulce. Dulce como Mary Ann.
 
Un bonsai de David | Raí­z |


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